(A mí abuela Delia Rosa Marín)
Mi abuela Delia era una mujer fuerte, había sido criada en fincas cafeteras y aprendió a fumar cigarrillo desde muy temprana edad para espantar los zancudos de los cafetales. Era una mujer muy singular y no se parecía a nadie: ¡era nuestra zapatera!
Debo resaltar la labores de zapatería de mi abuela. Era usual verla con un gorro, elaborado de media velada, con él evitaba que su cabello lacio cayera sobre sus hermosos ojos azules. Tenía a mano sus herramientas, estrechaba entre sus piernas una zapata de hierro y, al mismo tiempo, apretaba entre sus delgados labios unas puntillas llamadas “moscas”, seguramente por su tamaño. Nunca tuvo ningún accidente con las “moscas” ni con el fuerte pegante “boxer” de zapatería. Ella nos arreglaba los zapatos del colegio, les echaba tinta negra dejándolos como nuevos, también elaboraba sus sandalias para estar en casa.
Usaba la expresión “usted es muy poquita”, de forma regular, para animarnos a ser recursivos. A mi abuela nada le “quedaba grande”. Era una mujer de armas tomar, alegre, decidida y sin miedo.
Voy para donde su tía Elsa
Tenía yo alrededor de 9 años cuando mi abuela llegaba a la puerta de mi casa y me decía “voy para donde su tía Elsa”, ese era el santo y seña que yo había aprendido a interpretar. A mí abuela le desesperaba esperar el bus urbano y prefería caminar. La distancia era de 3.3 km y la recorríamos aproximadamente en una hora. Siempre la acompañé sin sentir ningún tipo de presión ni de flojera y mi madre jamás se opuso. Agradezco esas largas caminatas donde aprendí a conocerla. En nuestros recorridos hablábamos, reíamos y me enseñó a conocer el olor de la camia. Eran los tiempos de la pausa y de la charla que hoy en día escasean.
El que pregunta, no quiere dar
Era la mujer mas enojada cuando al medio dia, sudando por el calor del eterno verano tocaba la puerta de mi casa y yo le preguntaba: ” abuelita quiere jugo? Enfurecida me decía: ” El que pregunta no quiere dar”
Que no le falte el limón
Cuando yo era una adolescente recuerdo que me irritaba la cantaleta de mi abuela, pero cuando me hice mamá nos convertimos en muy buenas amigas. Me visitaba y preguntaba si tenía limones. Yo hasta ese momento no sabía lo importante que era mantener limones en casa, al igual que el ajo y muchas especias más. Ella recetaba limón para curar los males de la garganta, la diarrea, la gripa, el malestar estomacal, los golpes e insistía que era necesario en muchas recetas de cocina.
Nunca le ví miedo, ni depresión ni la vi derrumbada
Cuando le llegó la artritis, nunca se quejó y me decía:
-Mija lo más difícil es cuando me levanto en la mañana, pero yo me paro como un gato “en cuatro uñas y pegada de las paredes” hasta que me caliento, después empiezo a caminar sin problema.
Sus movimientos la limitaban un poco, sin embargo nunca dejó de caminar. Ella compraba las arepas sin sal para el almuerzo y la “parva” (expresión paisa para denominar el pan) para el desayuno. Podía pedirle el favor a alguno de los hijos o las nietas, con quienes vivía, pero prefería hacerlo ella, le gustaba valerse por sí misma, siempre fue una mujer independiente.
Ella pintaba su casa, ¿cómo?
Cuando contrataban el pintor y por algún inconveniente se demoraba en empezar el trabajo -más de tres o cuatro días- ella preparaba la mezcla, escogía la brocha y empezaba a pintar las paredes internas de su casa. Recuerdo una vez que la visité, vi la casa pintada con ciertas “marcas”, sabía que no había sido pintada por un profesional. Lo que nunca imaginé fue que ella lo hubiese hecho. Le pregunté quién había hecho el trabajo, me dijo: “El señor que contratamos nunca llegó y yo misma pinté la casa”
Igual sucedió cuando le colocó el enchape al lavaplatos. Consiguió retales de diferentes mosaicos, averiguó con los diferentes maestros de obra como se hacía un enchape, cuáles eran las medidas de la mezcla y ¡lo hizo! La foto muestra como el collage del mesón de la cocina aún se conserva.
Tener una abuela artesana, independiente, recursiva, conocedora de los secretos de las plantas, sin pereza para caminar y siempre dispuesta a charlar, a soltar dichos y expresiones sabias, me fortaleció como ser humano. Su ejemplo me aportó elementos de resiliencia que han sido perdurables y valiosos en mi vida. Debemos volver nuestra mirada a estos personajes que fueron definitivos en nuestras vidas y recargarnos de recuerdos y de vida.
!Muchas gracias!, abuela Delia, por esos aprendizajes que ayudaron a forjar la mujer que soy.